En este capítulo Sam descubre que verdaderamente todo a cambiado, el mundo es otro, y ella tiene que aprender a ser valiente y fuerte, ahora más que nunca. Asumirá el hecho de que tendrá que quitar la vida de alguien, a veces de manera forzosa, y descubrirá también que su compañera Amanda no es tan mala como imaginó en un principio, pues sin darse cuenta, se sentirá distinta a su lado...
Extracto del cap. 3 pàrte 1
Cerca
de las nueve y media de la noche decidí coger camino para volver, andando escuché
un ruido y me paré en seco. Oí mejor y escuché otro. Me escondí tras la pared
de un edificio derruido, eran pisadas sobre cristales, probablemente alguien
estuviera fisgando por algún local, saqué mi arma del hombro izquierdo y fui a
ver. Anduve despacio y con cautela hasta acercarme al lugar. Un hombre de unos cuarenta años de edad,
despeinado, delgado, ajado y sucio. Le apunté, no me fié.
-¿Quién
eres?- le pregunté. No dijo nada, sólo cogió un tubo de hierro y anduvo hacía
mí. –No hagas eso.- indiqué. Siguió su cometido. –No lo hagas.
Pero
no me escuchó y corrió hacia mí, así que no me quedó otra, le disparé en la
pierna derecha y cayó al suelo haciendo un ruido de dolor, no me daba buenas
vibraciones. Miré su brazo izquierdo, poseía una mordedura y varias pompas de
pus infectadas. Se volvió a levantar ansioso de
atacarme, corrió de
nuevo a por mí, no quise dispararle en ningún miembro más porque moriría
horriblemente sin poder moverse. Le disparé en la cabeza y lo maté al instante. El
hombre cayó al suelo bocabajo y echó gran cantidad de sangre por la cabeza,
bajé el arma y la guardé, nada podía hacerse, ya no, sino lo hubiese intentado. Entonces se escuchó ruido nuevamente, esta vez eran varias pisadas,
corrían, esos sí eran los Rebeldes, tenía que salir de ahí, corrí yo también y
no miré atrás, se me hizo tarde, debía volver. Llegué a la calle de mi casa, subí y abrí
la puerta en silencio, Amanda me habló desde el sofá.
-¿Dónde
estabas? Me dijiste antes de anochecer, hace diez minutos de eso.
-¿Y
qué? -reproché sin ganas. –Esto es para ti.- le tiré la mochila al sofá y fui a
comer en silencio.
-¿Qué
es?- preguntó, no contesté. -¿Ropa?
-Te
hacía falta, ¿no? He ido a buscártela, no he encontrado mucho, pero tienes
algo.
-Pues…
gracias, Sam.- la miré yo también. -Al
final no vas a ser tan desagradable como pareces.- no hablé nada. -¿Estás bien?
¿Qué ha pasado?
-Nada.-
mentí.
-Si
quieres contarme algo…
-¡He
dicho que nada!- alcé la voz por primera vez, me miró seria. –Lo siento…
-He
leído algo de tus escritos, espero que no te importe.
-No.
-¿De
veras crees que la Tierra cambiará su dirección?- me levanté de la silla y me
senté a su lado en el sofá, estaba sólo a unos centímetros de ella.
-No.
Retorné a mis estudios y mis cálculos. Año
29.808 a.c: Primera reversión polar registrada. La Tierra giró en sentido
contrario al que se encontraba en aquel momento. Año 21.312 a.c: La Tierra se colocó 72º en un zodíaco nuevo en un breve periodo de tiempo. Año 9.792 a.c: Reversión polar que
acaba con la Atlántida. Y
ahora nos tocaba a nosotros, ya no sacaba nada que no estuviese viviendo, lo
que me preocupaba eran los animales e insectos, debido al recalentamiento
glacial muchas especies se habrían descongelado. Mosquitos, parásitos, peces de
la prehistoria… no me gustaba, no sabía qué acarrearía aquello. Amanda se sentó
a mi vera, cierto nerviosismo recorría mi cuerpo cuando ella estaba tan cerca,
era sumamente extraño, no me había pasado con nadie, ¿por qué ponerse nerviosa?
Era sólo una persona, no lo entendía.
-Tienes
unos brazos muy fuertes.- me indicó, yo tenía apoyada la barbilla con los dedos
de la mano derecha, por lo que tenía el brazo en posición de fuerza.
-Sí,
es por el deporte.
-¿Hacías
deporte?
-Iba
al gimnasio seis días a la semana, dos horas al día.
-Es que lo tienes como el de las tenistas.
-Supongo
que eso viniendo de ti es un cumplido.
-No
empieces otra vez.- me dijo algo molesta.
-¿Qué
he dicho?
-Es
cómo lo has dicho.- negué con la cabeza. Finalmente dejé lo que estaba haciendo
y me retiré a mi dormitorio para que ella pudiera hacerse la cama y dormir.
Antes de irme la ayudé un poco y me paré.
-Me
voy a la cama. ¿Estarás
bien?- pregunté.
-Sí,
¿por qué?- no quise decirle que la había escuchado llorar la noche anterior.
-Por
nada.- me fui.
-Buenas
noches.- me expresó, pero yo no contesté nada.
Ya en mi
cuarto me acosté, necesitaba descansar, me quedé unos momentos
despierta por si volvía a escucharla llorar, pero no oí nada y me dormí. Al
pasar las horas tuve una fuerte pesadilla, me desperté bruscamente empapada en
sudor frío y con los ojos llorosos, me incorporé despacio y cogí aire, poseía
la boca seca, bebí agua. Estaba acostumbrada a aquello, pero era agotador. La
agonía, el aceleramiento de mi pecho, los momentos de terror y desesperación se
reflejaban en mis sueños más profundos y los transformaban en pesadillas, cada
vez que sucedía me encontraba totalmente desollada, incapaz de algo, me
asfixiaba. Tras un par de minutos forcé el sueño y me volvió a venir, me
abrumaban esas congojas nocturnas, a veces eran simples recuerdos y otras, pura
ficción, pero superaban a cualquiera, era el rosario de mis noches.
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