En el capítulo dos, Sam, en una de sus salidas por buscar a gente que la pueda acompañar en su camino, se encuentra con alguien inesperado, una chica, Amanda García. Esa chica, sin ella saberlo, cambiará el curso de la historia del libro por completo, modificando la vida de Sam de una manera inimaginable. Gracias a ella, averiguaremos también los secretos que Sam esconde y los verdaderos peligros que las dos tendrán que enfrentarse, ahora, juntas...
Extracto del Capítulo 2, parte 1
Al avanzar la
tarde el Sol comenzó a asomar y cesó por completo la lluvia, si seguía así
buscaría más al día siguiente. Y así aconteció, me preparé esa tarde y fui a la
calle. Vi una alta pila de
coches y decidí subir, saqué los prismáticos, no había ni rastro de los
Rebeldes, qué extraño, pero me tranquilizó, entonces escuché un ruido muy cerca
de mí. Me quité los prismáticos bruscamente y miré hacía el lugar, no vi nada,
pero volvió a sonar algo, como la puerta de un coche. Saqué mi arma del hombro
y apunté con ella al lugar.
-¡Sal de ahí!
¡Vamos!- dije, de seguro era alguien.
Entonces entre
el montón había un hueco y de ahí comenzó a escucharse un ruido, cargué el
arma, vi una leve sombra y salió una persona. Mis ojos se abrieron levemente al
contacto de esta, era una chica, de pelo caoba largo, a la longitud del pecho,
hecho a capas, totalmente sucio y descuidado. Me miró muy seria y asustada,
poseía unos hermosos ojos verdes claros y una mirada profundamente intensa, su
fino y claro rostro estaba manchado de grasa. Tenía arañazos y heridas además
de un corte en el labio debido a la sequedad de estos, su cuerpo era delgado
pero firme. Llevaba una camiseta de mangas cortas gris con letras blancas, unos
vaqueros ajustados y unas conver, tenía su ropa que daba pena, manchada y
rasgada. Descargué el arma y la bajé.
-Si haces este
tipo de ruido podrían dispararte.- indiqué bajando el arma en la pila de
coches.
-¿Eres una de
los Rebeldes?- me preguntó, me encantó su voz.
-¿Tengo pinta de
serlo?- no dijo nada. –No, no lo soy. Me llamo Sam. – hizo una mueca con un
sonido.
La miré
fijamente, por su pinta llevaba en la calle varios días y de seguro le cayó la
lluvia encima, se tocaba los brazos y apostaba cualquier cosa a que esteba muerta
de hambre. Me miraba con rostro serio y cansado y se pasaba repetidas veces la
mano por el pelo echándoselo hacia atrás. Me dio pena, aquella chica causó un
efecto en mí, no sabía con certeza cuál, pero me decía que no debía dejarla
sola por más tiempo, que debía estar conmigo.
-¿Quieres venir
conmigo? Tengo un piso no muy lejos de aquí, hay comida y tienes un techo,
estarás caliente.- indiqué.
-No necesito tu
caridad.- era muy testaruda.
-Si te quedas
aquí tus días están contados, te encontraran los Rebeldes, te matarán o te
violaran y si no, morirás de hambre o frío. Haz lo que quieras, yo me voy.-
comencé a andar algo molesta por su respuesta. Tras unos pasó me habló.
-¡Espera!- paré.
–Está bien.- me giré y se acercó a mí.
-¿Vas a decirme
cómo te llamas en realidad?
-Soy Amanda.
-De acuerdo,
vamos, oscurece.
Anduvo conmigo
sin mirarme ni dirigir una palabra más, a pesar de su aspecto se notaba a legua
que era realmente guapa, calculé que no tendría más de 20 o 21 años. Se notaba
que lo había pasado mal, quizás se encontraba sola y sin saber qué hacer desde
que sucedió todo este caos, no lo sabía, pero esperaba que quizás me lo contara
más adelante. Finalmente llegamos a mi casa, la dejé entrar y pasó tímidamente,
aún no se fiaba de mí. Estaba claro que
Amanda estaba enfadada con el mundo, era comprensible, aunque todos lo habíamos
pasado mal. Continuó el resto de la cena en silencio, estaba totalmente a la
defensiva y no quise darle pie a sus borderías. Tenía la burda esperanza de que
tras unos días su actitud cambiara con respecto a mí, quería su confianza y
deseaba que viera que yo no era tan mala como podía estar pensando, pero
desconocía si lo conseguiría. Me levanté y cogí una almohada, una sábana y
un par de mantas, las puse en el sofá.
-Aquí tienes,
con esto podrás dormir bien.
-¿Por qué duermo
en el sofá?
-Porque la cama
es mía.- indiqué con soberanía.
-Qué borde eres.-
expresó frunciendo el ceño.
-¿Acaso quieres
dormir conmigo?
-No.- dijo
secamente, se echó el cabello hacia atrás.
-Ya te explicaré cómo asearte
diariamente, nada de encender velas ni lámparas, podrían vernos, deja sólo las
que yo encienda. ¿Entendido?
-Sí.
-Bien, hasta
mañana.
Aquella chica tenía algo, algo que me había llamado la atención desde el primer
segundo, no sabía qué era, pero me hacía sentir rara. Esperé que acatara las
normas sin muchas pegas, ya que se quedaría conmigo largo tiempo, eso seguro,
al fin y al cabo no tenía a nadie, ni sitio donde ir. Al cabo de unos minutos
la escuché llorar, imaginé que sería por la muerte de su familia. Lo hacía
silenciosamente, pero la oí, quise ir, pero pensé que debía dejarla sola,
quizás quisiera pasarlo a su modo, de todos modos, ¿quién era yo para decirle
nada? Sin embargo una sensación de angustia y tristeza recorrió mi ser por
completo, me hubiese gustado ir y darle un abrazo, quizás le hubiese hecho
falta.
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